En cuanto llegó, la señora comenzó a consolar y a animar a Cottolengo, invitándolo a confiar en la Divina Providencia y le entrega un anillo con una piedra preciosa : "El te servirá para pagar una parte de tus deudas, lo que falte será saldado por otro medio". Y se marchó. La hermana Gabriela que durante ese tiempo buscaba saber quién podía ser esa señora, hubiera deseado antes de su partida volverla a ver, pero el respeto que ella le había inspirado era tan profundo que no se atrevió a alzar los ojos para quedársela viendo de nuevo. Deseosa, sin embargo, de saber algo más en torno a ella, se dirige al Padre y lo encuentra resplandeciente de alegría y rejuvenecido. - Padre, le dice, muy contenta, quién era entonces esa dama tan majestuosa? - Esa señora, responde el santo, no viene de esta tierra, como usted tal vez pudo suponerlo, ella viene del cielo. Era la Santa Virgen. Y contó su accidente, precisando que si él había vuelto todo decaído era porque en la calle uno de sus acreedores lo había maltratado y ultrajado.