En una fragata, durante una misión, se descubre, sin duda a la salida de un combate, la ausencia reciente de un marinero miembro del equipaje. Como sucede siempre en estas circunstancias, la búsqueda fue organizada inmediatamente en dirección a todas las orillas hasta tener que aceptar la evidencia: el ausente había caído al mar. El comandante, entonces, anula la misión, manda dar media vuelta y rehacer el camino recorrido en las últimas horas, la zona explorada es cada vez mayor, tanto como la duda que invade a los centinelas desde la pasarela del barco y el desaliento del personal a bordo. Cadiou, responsable de maniobrar el torno de salvamento, desde su lugar posee una vista parcial del océano. Después de varias horas de búsqueda infructuosa, observa con consternación que el sol se acerca al horizonte, pues sabe muy bien que un hombre sin chaleco-salvavidas no puede resistir mucho tiempo en la superficie. Invadido por un sentimiento de impotencia y desesperanza, piensa súbitamente que lo que es imposible al hombre no lo es para Dios. Le dirige entonces una ardiente oración a la Virgen María, y en su interior formula un «Dios te Salve».