María era no sólo la que « avanzó en la peregrinación de la fe » y guardó fielmente su unión con el Hijo « hasta la Cruz », sino también la « esclava del Señor », entregada por su Hijo como madre a la Iglesia naciente: « He aquí a tu madre ». Así empezó a formarse una relación especial entre esta Madre y la Iglesia. En efecto, la Iglesia naciente era fruto de la Cruz y de la resurrección de su Hijo. María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación materna; intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera en la acción salvífica del Hijo, Redentor del mundo.