El 19 de septiembre de 1846, Melania y Máximo guardaban sus ovejas cuando repentinamente: «Vi una luz más brillante que el sol, y apenas alcancé a decir estas palabras: "Máximo, ¿ves ahí? ¡Dios mío!," y solté el bastón que llevaba en la mano (...) Yo miré una luz inmóvil, luego, otra luz mucho más brillante que se movía, y sobre esa luz estaba sentada una señora muy hermosa, teniéndose la cabeza con las manos.» La Señora invita a los dos niños a acercarse a ella sin miedo, se levanta, y les transmite un mensaje: "Si mi pueblo no quiere someterse, me veré obligada a dejar actuar a mi Hijo. ¡Hace tanto tiempo que sufro por vosotros! Para que mi Hijo no os abandone, debo rogarle sin cesar. Y, vosotros no hacéis caso. Vais a tener que rogar mucho, nunca podréis recompensar lo que sufro por vosotros. Si la cosecha se estropea es debido a vosotros. Os he dado seis días para trabajar, yo me reservé el séptimo y no me lo queréis conceder. Es lo que hace pesar más la autoridad de mi Hijo.