Alugunos años después, la voluntad de Dios quiso que el joven sacerdote fuera designado capellán en un hospital. Un día le llevan un enfermo que había entrado gritando: "No me habléis nunca de religión, yo soy incrédulo, no creo en nada". Sin embargo, el capellán bondadoso le visita y aunque fue rechazado con desdén se dirige al enfermo: -Y bien, amigo, voy a rezar un rosario por usted. - No me hable de rosario, le responde el enfermo. - Pero esta oración sólo puede hacerle bien. - Al contrario, Señor Abad, el rosario es la causa de mi desgracia - ¿Cómo así mi amigo? ¿Qué me quiere decir usted con eso? -Ya que usted me lo pide, se lo voy a contar. En mi infancia, todos los días, mi madre me hacía rezar el rosario con ella. Cuando crecí debí partir a la ciudad para aprender un oficio. Ahí, mis amigos me indujeron al mal, al menosprecio de la ley de Dios. En eso andaba, cuando fui llamado a casa. Mi madre agonizaba. Para no hacerla sufrir, fingiendo le prometí rezar parte del rosario, cada día, cuantas veces pudiera. Mi pobre madre me entregó, entonces, su rosario. Después de su entierro, volví al taller; pero en el camino, por obra del demonio, me vino a la mente este pensamiento: "Despréndete de ese rosario, tíralo lejos". Yo lo hice y lo lancé con menosprecio sobre la carretera. Desde entonces, soy desgraciado, creo que vivo bajo una maldición. El sacerdote conmovido le pregunta: "¿En qué momento y en qué año, le ocurrió esto? Ante la respuesta precisa del enfermo, el padre se saca del bolsillo el rosario y le dice: "Amigo, ¿reconoce usted este rosario?" El enfermo lanzó un grito: "¡Es el rosario de mi madre!" Y lo tomó amorosamente en sus manos, mientras lo besaba llorando. - Y bien, dijo, ahora, el capellán, este rosario que usted llama la causa de su desgracia ha sido la de mi felicidad, a él le debo ser sacerdote. Ahora, mi amigo, él también va a ser la suya. - Sí, Señor Abad, yo me quiero confesar. - Mañana vendré para administrarle el sacramento de los enfermos. Mientras tanto le dejo el rosario para que repare su falta, lo recuperaré más tarde. Días después, el enfermo murió besando el rosario de su madre, feliz y santificado.... Y el sacerdote tomó de nuevo el rosario, que desde entonces llevaba siempre consigo.