En ese momento, sentí la emoción más profunda de mi vida y me resulta imposible narrarla. La Santa Virgen me explica cómo debía conducirme en mis penas, me muestra con la mano izquierda el pie del altar, me manda ponerme ahí y me dice que yo recibiría entonces todo el consuelo que necesitaba. Y agrega: hija, yo quiero encargarte una misión, tú sufrirás muchas penas, pero las podrás superar pensando que son por la gloria de Dios. Te van a contradecir, pero recibirás la gracia, no temas nada, di todo lo que vives con simplicidad y confianza. Le pedí, entonces, a la Virgen que me explicara lo que me había mostrado. Y me respondió: Hija, los tiempos son muy malos; muchas desgracias se ciernen sobre Francia, el reino será derrocado, el mundo entero será sacudido por desdichas de toda clase. (La Virgen se veía muy triste mientras me hablaba). Pero ven al pie del altar, ahí, las gracias serán distribuidas a las personas que las soliciten, grandes y pequeños. Vendrá el día en que el peligro será grande, todo parecerá perdido. Yo estaré con vosotros, tened confianza, reconoceréis mi visita, la protección de Dios y la de San Vicente sobre las dos comunidades. Tened confianza, no temáis. Habrá víctimas en las otras comunidades (la Santa Virgen lloraba en ese momento) Habrá víctimas entre el clero de París, el Arzobispo va a morir (de nuevo las lágrimas cubrieron sus mejillas). Hija, la cruz será despreciada, pisoteada, le abrirán de nuevo el costado a Nuestro Señor, la sangre correrá por las calles, el mundo entero se hundirá en la tristeza. (...) No sabría decir cuánto tiempo permanecí junto a la Santa Virgen; todo lo que sé es que, después de hablarme, se marchó, se desvaneció como una sombra.