Antes de hacer al primer hombre, Dios le había construido el magnífico palacio de la creación. Colocado en el paraíso, el hombre se hizo expulsar por su desobediencia, y se convierte junto con toda su descendencia en presa de la corrupción. Pero Dios rico en misericordia, deseoso de reformar al género humano, tiene piedad de su obra y decide crear un nuevo cielo, una nueva tierra, un nuevo océano para albergar a lo Incomprensible. ¿Cuál es ese mundo nuevo y esa nueva creación? La bienaventurada Virgen es el cielo que muestra el sol de justicia, la tierra que produce la espiga de vida, la mar que trae la perla espiritual? ¡Cuán magnífico es ese mundo! ¡Cuán admirable es esta creación, con su hermosa vegetación de virtudes, con las flores perfumadas de la virginidad! ¿Qué pudiera ser más puro y más irreprensible que la Virgen? Luz soberana y toda inmaculada, Dios, encontró en ella tantos encantos que se unió a ella sustancialmente, por medio del Espíritu Santo. María es la tierra en la que la espina del pecado no creció. Al contrario, de ella nació el retoño que arrancaría el pecado desde su raíz.