Habiendo recibido a Dios en su seno, la Virgen se apresura a visitar a Isabel. Su niño cuando reconoció el saludo de María, enseguida saltó de júbilo aclamando a la Madre de Dios: ¡Salve, sarmiento de cepa incorruptible! ¡Salve, huerto de frutos puros! ¡Salve, Madre del Jardinero, amigo del hombre! ¡Salve, matriz del Sembrador de nuestra vida! ¡Salve, tierra fértil de misericordias! ¡Salve, mesa colmada de ofrendas! ¡Salve, floración del Paraíso! ¡Salve, puerto de las almas! ¡Salve, grato incienso de la plegaria! ¡Salve, expiación de todo el universo! ¡Salve, amor de Dios a los hombres! ¡Salve, intercesora de los mortales frente a Dios! ¡Salve, Esposa siempre Virgen! El discreto José es turbado por un torbellino de pensamientos contradictorios. Vacila su alma al verte concebir misteriosamente. Virgen irreprochable. Mas, conociendo la obra del Espíritu Santo, dice: Aleluya, aleluya, aleluya!