Santa Catalina de Siena tenía una muy tierna, amorosa y confiada relación con la Virgen Santísima, y en un número significante de eventos en su vida, fue en la Madre de Dios que ella buscó su refugio, o fue la Virgen la que vino en su ayuda. Desde niña, empezó a orar a la Reina de Siena, y a menudo se le oía rezar el Ave María bajando las escaleras de su casa. Un día cuando tenía 6 años de edad y mientras caminaba por las calles de Siena con su hermano, elevó su mirada y de repente vio en el techo de la Iglesia de Santo Domingo, al Rey de Reyes sobre un espléndido trono, vestido como el Papa con su corona Papal; y con Él estaban San Pedro, San Pablo y San Juan. Jesús mirando con ternura a Catalina, despacio y solemnemente la bendijo, haciendo tres veces la señal de la Cruz sobre ella con su mano derecha, como lo hace un obispo. Desde ese momento Catalina dejó de ser una niña, se enamoró profundamente de su amado Salvador. "esa visión y esa bendición fueron tan poderosas que después ya no pudo pensar en nada más que en los ermitaños, y en cómo imitarlos." El año siguiente, ante un cuadro de Nuestra Señora, se ofreció al Señor que la había bendecido. En este momento tan crucial oró a la Virgen: "¡Santísima Virgen, no mires mi debilidad, sino dame la gracia de tener como esposo a Quien yo amo con toda mi alma, tu Santísimo Hijo, Nuestro Único Señor, Jesucristo! Le prometo a El y a ti, que nunca tendré otro esposo".