No muy lejos de Karyes, la capital del Monte Athos, en dirección del Monasterio de Pantocrator, vivían un jerónimo virtuoso y su joven discípulo. Un sábado por la noche, dejando solo a su discípulo, el anciano se marchó a la Vigilia celebrada, como cada semana, en la iglesia de Protaton. Al caer la noche, un monje desconocido tocó a la puerta y el discípulo lo acogió. Al amanecer, se encontraron en la capilla para cantar juntos los Oficios de Orthros; pero cuando llegaron a la novena oda, mientras el discípulo entonaba el himno "Más venerada que los Querubines" frente al icono de la Madre de Dios, el huésped lo hizo preceder de las siguientes palabras: «Digno es verdaderamente exaltarte, Madre de Dios, siempre bienaventurada e Inmaculada, Madre de nuestro Dios...» Sorprendido al oír por primera vez este canto, el discípulo le pidió a su huésped que se lo escribiera, y el monje desconocido, como no encontrara una hoja de papel, grabó el himno de su propia mano, y sin dificultad, sobre una placa de piedra. Y, antes de desaparecer, añadió: «A partir de hoy, todos los Ortodoxos canten así este himno a la Madre de Dios.»