C. Antaloube cuenta en el prefacio de un libro: « La reforma en Francia vista desde un pueblo del Cévenol », que la mañana de un día de mayo, un niño le pidió un ramo a un anciano que contemplaba su rosaleda: "Claro que sí, respondió el anciano. Pero, dime, ¿para quién lo quieres? "Es para la Santa Virgen". Ante la respuesta del niño, el anciano sonrió, con cierto misterio. Claro que sí, te lo daré. Y se puso a cortar las rosas más hermosas del rosal, agregándole campánulas blancas y algunas ramas de seringuilla. Gracias dijo el niño con los ojos y los del anciano respondieron a los del niño con una sonrisa más misteriosa que la primera, que ahora iluminaba todo su rostro. Era el antiguo pastor del pueblo, que ya retirado de su ministerio, terminaba sus días en el campo.