Existen razones para que los hombres de todas las condiciones y de todos los países se confíen al bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en él la más bella personificación del cuidado y la solicitud paternal; los esposos, un perfecto ejemplo de amor, según la fidelidad conyugal, las vírgenes ven en él un modelo y al mismo tiempo aun protector de la integridad virginal. Que los ricos comprendan por sus lecciones, cuáles son los bienes que hay que desear y adquirir y los obreros y las personas que viven en condiciones difíciles, tienen como un derecho especial a recorrer a José y a proponerse imitarlo. José, en efecto, de ascendencia Real, unido en matrimonio a la más grande y a la más santa de las mujeres, visto como el padre del Hijo de Dios, pasa sin embargo, su vida trabajando como artesano para asegurar el sustento de su familia. Es cierto, entonces, que la verdadera condición de los humildes no tiene nada de abyecto, y no sólo el trabajo del obrero no es deshonroso sino que puede ser grande y noble si la virtud se une en su realización. José, contento de lo poco que poseía, soporta las dificultades inherentes a esta mediocridad de la fortuna con la grandeza de su alma, en la imitación de su Hijo, que después de haber aceptado la forma de esclavo, Él, el Señor de todas las cosas, se somete voluntariamente a la indigencia y a la carencia de todo.