Para la beatificación de Padre Pío, Juan Pablo II no olvidó subrayar: «la tierna y constante devoción» a María del nuevo bienaventurado: «Su devoción a la Madre de Dios trasluce en cada manifestación de su vida: en sus palabras y en sus escritos, en sus enseñanzas y en los consejos que daba a sus numerosos hijos espirituales. Hijo auténtico de Francisco de Asís, el nuevo bienaventurado no se cansaba de inculcar a los fieles la devoción a Nuestra Señora, tierna, profunda arraigada en la verdadera tradición de la Iglesia. Al final de su vida, dirigió sus pensamientos, como lo había hecho durante toda su vida, a la Santísima Virgen María: «Amadla y hacedla amar. Rezad el Rosario todos los días.»