El rey abrió su escarcela y sacó ochocientos ducados, la Reina esculcó en su bolso y encontró cincuenta. -Señores, les dijo, esta cantidad no basta por este pobre hombre? -La ley exige mil ducados, respondieron los magistrados inflexibles. Entonces, los del séquito del Rey y de la Reina reunieron todo lo que llevaban y sumaron novecientos noventa y siete ducados. Faltan tres ducados anunciaron los cónsules. - ¡Por tres ducados este hombre será colgado!, se exclama la Reina indignada - No lo exigimos nosotros, sino la ley, responden los Cónsules, mientras hacían la señal al verdugo. - Esperad, grita la Reina, esculcad primero al desdichado, quizás él tenga los tres ducados que faltan. El verdugo obedece y esculca al condenado. ¡En el bolsillo le descubre tres piezas de oro! Amigos, el hombre de esta historia, que hemos visto expuesto a perecer en la horca, es usted, soy yo, es la humanidad pecadora! El día del Juicio Final, nadie nos salvará ni la misericordia de Dios ni la intercesión de la Virgen, ni los méritos de los Santos, si usted no tiene esos tres ducados!