Durante un año día tras día después de mi experiencia por la playa, recibí en sueños la segunda mayor gracia de mi vida. Sin embargo, esa noche cuando me acosté, no conocía gran cosa sobre el cristianismo y no tenía especialmente ninguna simpatía por él, ni por ninguno de los aspectos que lo rodean; pero cuando me desperté yo me sentía locamente enamorado de la bienaventurada Virgen María y no deseaba nada más que convertirme totalmente al cristianismo, en cuanto me fuera posible. El «sueño » se dio de la siguiente manera: me habían conducido a una sala donde me fue acordada una audiencia con la más bella mujer que pudiera imaginarme. Sin oírla decir palabra yo sabía que se trataba de la Virgen María. Ella estaba dispuesta a responderme a todas las preguntas que yo le haría; yo me veo claramente de pie, considerando en mi pensamiento el mayor número de preguntas posibles, y haciéndoles cuatro o cinco. Ella me las respondió y después durante varios minutos me habló y la audiencia terminó. Mi experiencia y mis recuerdos me llevan a situar lo vivido estando completamente despierto. Recuerdo todos los detalles que entonces comprendí y desde luego las preguntas y respuestas; pero todo palidece frente al éxtasis de haber estado en presencia de la Santa Virgen, frente a la pureza y la intensidad de su amor.