María meditaba en Jesús. María con san Juan, que es ejemplo de vida contemplativa, permanecía en perpetua contemplación, derritiéndose o licuándose, por así decirlo, en amor y en deseo. ¿Qué lee la Iglesia el día de su Asunción gloriosa? El Evangelio de María, hermana de Lázaro, sentada a los pies del Salvador escuchando su palabra (Luc, x, 38, 41). Después de la partida del Señor, la Iglesia no encuentra en el tesoro de sus Escrituras nada más sobre María, la Madre de Dios, y toma de otra María el Evangelio de la divina contemplación. ¿Qué le diríamos entonces a quienes inventan cosas bellas sobre la Santa Virgen? ¿Qué podríamos decir si no es que la perfecta contemplación no les basta? Pero si a María le fue suficiente, y al mismo Jesús durante treinta años, no le bastará a la Santa Virgen continuar en esa actitud? El silencio de las Sagradas Escrituras sobre la Madre divina es más grande y más elocuente que todos los discursos.