Dicen los historiadores que aquel día Yves Nicolazic durmió tranquilo. Sin embargo, tuvo que esperar un año para que la primera misa en honor a Santa Ana fuera celebrada en Bocenno. El p rector lo reprendió severamente, pero dos cristianos laicos lo animaron y le ayudaron a realizar la petición de santa Ana. La noche del 7 al 8 de marzo de 1625, santa Ana se le aparece otra vez y ahora le recomienda que lleve a sus vecinos como testigos: "Llévalos contigo al lugar que esta antorcha les indique, ahí encontraréis la imagen que permitirá protegeros del mundo, quien terminará por reconocer la verdad que os he prometido". Poco más tarde, los campesinos desenterraban al pie de la antorcha una vieja imagen de madera con trazos blancos y azules. Tres días después, numerosos peregrinos comenzaron a llegar, a rezar frente a la estatua de santa Ana. Así se cumplía la promesa hecha a Nicolazic, la de la multitud en marcha; la cual no ha cesado de aumentar. A pesar de las reservas del párroco - quien terminará pidiéndole perdón - las encuestas que mandó hacer Monseñor de Rosmadec, obispo de Vannes, concluyen positivamente, y la primera misa oficial se celebra, por decisión del obispo, el 26 de julio de 1625, ante una multitud inmensa, estimada en unas 100.000 personas. A partir de ese día, Yves Nicolazic se convierte en constructor. Dirige los trabajos, conduce los acarreos voluntarios de piedra y pizarra, la tala de árboles, paga a los maestros de obra, y todo lo hace con tal precisión y probidad, este hombre que no sabe ni leer ni escribir, ni habla otra cosa que no sea el bretón. Una vez la capilla construida, se aleja, abandona el pueblo de Keranna para dejarle todo el lugar a santa Ana y a sus innumerables peregrinos.