Un padre oblato cabalgaba, con su rosario en la mano, por las altas montañas del Lesotho. Iba a visitar a los cristianos diseminados de la zona. De pronto, un rayo lo tiró al suelo. Se levanta con dificultad, ayudado por su catequista que le suplica interrumpir el viaje. "Sí, dice el padre, el demonio está enojado porque hay que salvar un alma" y continuó su camino, siempre rezando. Después de un momento de cabalgata por la montaña, se oyeron unos gritos de auxilio que venían de un pueblo lejano. El padre, entonces, se detiene, «nos llaman, dice, ¡vamos allá! - No, responde el catequista, ese es un pueblo de brujas, nos están tendiendo una trampa». - Quizás haya un alma que salvar, debemos ir.» Y se dirige hacia el pueblo seguido de su ayudante, más muerto que vivo. En cuanto llegan, las mujeres rodean al Padre y lo llevan a la cabaña donde agoniza una joven de unos 16 años. «Ella lo solicita, le dicen, quiere recibir el bautizo de los católicos para irse donde una hermosa señora». El padre se arrodilla junto a la moribunda: «Eres tú el Padre católico? Le pregunta la joven, con dificultad. «Sí, yo soy» «-Bautízame pronto, date prisa». Mientras el catequista prepara lo necesario, el padre le hace algunas preguntas a la enferma que responde sin dudar. El misionero sorprendido comprende que había estado con los niños cristianos del pueblo y que le habían enseñado lo que sabían. De inmediato, le administra el sacramento. Tras sus palabras «María, yo te bautizo... », una luz radiante le ilumina el rostro. El padre aprovecha para preguntarle de dónde le venía ese deseo de bautizarse: «Tuve un sueño, y miré a una hermosa señora que llevaba un cinturón de color azul. Me sonreía y me tendía los brazos. Yo quise acercarme, «todavía no, me dijo, pide el bautismo de los católicos y vendré a buscarte.» El padre conmovido le presenta una medalla milagrosa: « ¡Es ella, sí es ella la que he visto!», dice la moribunda. La besa con amor y enseguida se duerme. El padre la bendice y luego reemprende su camino de misionero.