"Hija mía, le dijo la Virgen, quiero confiarte sólo para ti el último secreto; igual que los otros dos, no los revelarás a ninguna persona de este mundo." Y ahora -le dijo, después de un momento de silencio- ve a beber y a lavarte los pies a la fuente, y come de la hierba que hay allí. Bernardita miró a su alrededor pues no veía cerca ninguna fuente, pensó que la Virgen la mandaba al torrente y se dirigió hacia allá. La Virgen la detuvo y le dijo: "No vayas ahí, ve a la fuente que está aquí." Y le señaló hacia el fondo de la gruta. Bernardita subió y, cuando estuvo cerca de la roca, buscó con la vista la fuente pero no la encontraba, y queriendo obedecer, miró a la Virgen. A una nueva señal Bernardita se inclinó y escarbando la tierra con la mano, pudo hacer en ella un hueco. De repente se humedeció el fondo de aquella pequeña cavidad y viniendo de profundidades desconocidas a través de las rocas, apareció un agua que pronto llenó el hueco que podía contener un vaso de agua. Mezclada con la tierra cenagosa, Bernardita la acercó tres veces a sus labios, no resolviéndose a beberla. Pero venciendo su natural repugnancia al agua sucia, bebió de la misma y se mojó también la cara. Todos empezaron a burlarse de ella y a decir que ahora sí se había vuelto loca. ¡Misterioso designio de Dios!, Bernardita acababa de abrir, sin saberlo, el manantial de las curaciones y de los milagros más grandes que han conmovido la humanidad.