Haciendo brillar en Egipto la luz de la Verdad, disipaste las tinieblas del error. Los ídolos de este país no soportan tu potencia, oh, Salvador, y se derrumban, y los que se libran de ellos claman a la Madre de Dios. ¡Salve, elevación de los hombres! ¡Salve, caída de los demonios! ¡Salve, humillación del error! ¡Salve, demostración del engaño de los ídolos! ¡Salve, mar que sumerge al Faraón, al hombre viejo! ¡Salve, roca que sacia a los sedientos de la Vida! ¡Salve, columna de fuego que orienta en las tinieblas! ¡Salve, refugio más vasto que el firmamento! ¡Salve, alimento mejor que el maná! ¡Salve, servidora del festín! ¡Salve, tierra prometida! ¡Salve, de leche y miel! ¡Salve, Esposa siempre Virgen! Mirando al Niño, Simeón, pronto a dejar este mundo engañador, Lo reconoce como verdadero Dios y admira tu inefable Sabiduría, clamando ¡Aleluya!