Escuchemos ahora a Jeremías, agrega nuevas profecías a las antiguas y con el más ardiente deseo señala la venida y la promete con toda seguridad. El Señor, dijo, acaba de crear un nuevo prodigio sobre la tierra: una mujer abrigará a un hombre (Jr 31,22) ¿Quién es esa mujer? ¿Y quién ese hombre? ¿Y si es verdaderamente un hombre, cómo una mujer lo abrigaría? Y para hablar más claro, cómo puede ser a la vez un hombre y estar todavía en el vientre de su madre? ( pues es ese el sentido preciso de la frase: una mujer abrigará a un hombre). Llamamos hombres a aquellos que han superado la niñez, la adolescencia, la juventud, la edad adulta y han llegado a la etapa cercana a la vejez, ahora bien, ¿ese que ya ha alcanzado ese estado podría ser acogido por una mujer en su seno? Si el profeta hubiese dicho: una mujer acogerá un niño no se vería en eso ningún prodigio; pero se trata de un hombre, entonces, nos preguntamos ¿cuál es el prodigio que Dios ha realizado sobre la tierra? ¿Que una mujer pudo acoger a un hombre y ese hombre pudo ajustarse a las entrañas del frágil cuerpo de una mujer? ¿Cuál es ese milagro? Un hombre, acaso, como preguntó Nicodemo, ¿puede entrar de nuevo en el cuerpo de su madre y renacer? (Jn 3,4)