¿Qué presagiaba, entonces el zarzal que vio Moisés arder sin consumirse, sino el parto de María que da a luz sin dolor? (Éxodo 3, 2) Y el ramo de Aarón florecido sin haber sido regado (Números 17, 8) no es acaso la figura de la Virgen que concibe sin haber conocido varón? De ese gran milagro de Isaías se devela un misterio más grande todavía: Un ramo brotará del tronco de Jesé y de su raíz una flor (Isaías 11, 1). El ramo en su pensamiento es la Virgen y la flor el hijo de esa Virgen. ¿Y este célebre vellocino que se le arranca al cordero para la esquila sin herir la piel y cuya lana se impregna de rocío y permanece seco sobre el suelo empapado, qué significa si no la carne de Cristo tomada de María sin perjuicio de su virginidad? En ella sin lugar a dudas, con el rocío de los cielos hizo irrupción toda la plenitud de la divinidad, hasta el punto que en esa plenitud nosotros todos tomamos parte y que sin ella no somos más que tierra árida