Por eso ahondando en los tesoros de su divinidad, la colma, mucho más que a todos los espíritus angélicos, más que a todos los santos, de la abundancia de todas las gracias celestes, y la enriquece con una profusión maravillosa a fin de que ella sea para siempre sin mancha, enteramente exenta de la esclavitud del pecado, toda bella, toda perfecta y con una tal plenitud de inocencia y de santidad que no se puede más allá de Dios concebir una más grande, y cuya grandeza ningún otro pensamiento sino el de Dios mismo puede medir. (...) Por consiguiente, después de haber ofrecido sin tregua, en la humildad y el ayuno, Nuestras propias oraciones y las oraciones públicas de la Iglesia de Dios al Padre por su Hijo, para que él se digne, por la virtud del Espíritu Santo dirigir y confirmar Nuestro espíritu; tras implorar el socorro de toda la corte celestial e invocado el Espíritu Consolador, y de esa manera, por su divina inspiración, para honor de la Santa e Indivisible Trinidad, para gloria de la Virgen Madre de Dios, la exaltación de la fe católica y el incremento de la religión cristiana, la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina enseña que la Bienaventurada Virgen María desde el primer instante de su Concepción fue por una gracia y privilegio especial de Dios Todopoderoso, y por los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, preservada y exenta de toda mancha y pecado original, lo cual ha sido revelado por Dios y por consiguiente debe ser creído firme y constantemente por todos los fieles.