Dios inefable, Cuyas vías son la misericordia y la verdad, Cuya voluntad es todopoderosa, Cuya sabiduría va de un extremo al otro con fuerza soberana y dispone todo con maravillosa dulzura, Había previsto desde la eternidad la deplorable ruina en la que la trasgresión de Adán arrastraría al género humano; Y en los profundos secretos de un designio oculto a todos los siglos, había resuelto realizar, En un misterio todavía más profundo, por la Encarnación del Verbo, la primera obra de su bondad, Para que el hombre que había sido empujado al pecado por la malicia y la astucia del demonio, no pereciera, contrariamente al propósito misericordioso de su Creador, y que la caída de nuestra naturaleza, en el primer Adán, fuera reparada con ventaja en la segunda. Le concede, entonces, desde el comienzo y antes de todos los siglos, a su Hijo único, la Madre de quien se encarna y nace, en la bienaventurada plenitud de los tiempos; El la escoge, y le da su lugar en el orden de sus designios, El la ama por encima de todas las criaturas, con amor de predilección, y deposita en ella de forma singular, sus más grandes complacencias.