Después de la acción de gracias, reflexionando sobre la forma en que había ofrecido el santo Sacrificio, recordé que había tenido una distracción; pero de ella no me quedaba más que un vago recuerdo, me sentí obligado de buscar durante algunos minutos cuál había sido la razón. Me preguntaba cómo esa distracción había terminado, y el recuerdo de las palabras que yo había escuchado se me vino a la mente. Ese pensamiento me llenó de una suerte de terror. Yo buscaba negar la posibilidad de ese hecho. (...) Apoyado en el oratorio sobre el que estaba de rodillas, en ese momento, (yo estaba solo en la sacristía) escuché de nuevo y muy claro estas palabras: «Consagra tu parroquia al Santísimo e Inmaculado Corazón de María » Caí entonces de rodillas, y mi primera impresión fue de estupefacción. Eran las mismas palabras, el mismo tono. Hacía algunos minutos lo había puesto en duda, no quería creerlo, ahora, no podía más, las había escuchado, ya no podía negármelo a mí mismo. Un sentimiento de tristeza se amparó de mí, la inquietud de nuevo comenzó a atormentarme.