La parroquia de Nuestra Señora de las Victorias, situada en el centro de París, rodeada de teatros y de lugares de placer, se convierte en el punto central de donde partían y terminaban los movimientos políticos que agitaron París durante tantos años. La parroquia de Nuestra Señora de las Victorias había visto apagarse en su seno casi todo sentimiento, casi toda idea religiosa, su iglesia estaba desierta, incluso en los días de grandes solemnidades; los sacramentos, las prácticas religiosas habían sido abandonados, nada parecía poner término a esa deplorable situación. El 03 de diciembre de 1836, día de San Francisco Javier, a las 9 de la mañana, yo comenzaba la santa misa al pie del altar de la Santa Virgen, estaba en el primer versículo del salmo "Judica me", cuando me asaltó un pensamiento sobre la inutilidad de mi ministerio en esta parroquia. A pesar de mis esfuerzos por rechazar tal pensamiento, éste me poseyó de tal manera que absorbía todas las facultades de mi espíritu, a tal punto que leía las oraciones sin comprender lo que decía. Después de cantar el Sanctus, me detuve un instante, buscando recordar mis ideas, asustado ante el estado de mi alma, me dije: ¡Dios mío! ¿En qué estado estoy? ¿Cómo voy a ofrecer el divino Sacrificio? No tengo suficiente claridad de espíritu para consagrar. « ¡Dios mío, libérame de esta desdichada distracción! » Apenas terminé, cuando escuché muy claro estas palabras pronunciadas de forma solemne: « ¡Consagra tu parroquia al Santísimo e Inmaculado Corazón de María!»