Señor, en tu fuerza ella se regocija y tu socorro le produce una gran alegría. Tú le acordaste el deseo de su corazón y no defraudaste sus ruegos porque la colmaste de muchas bendiciones. Sobre su cabeza colocaste una corona de piedras preciosas. Su corona es Cristo, según la palabra del sabio: «Un hijo dotado de sabiduría es la corona de su madre. » Y es una corona de piedra porque en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, Cristo figura bajo el nombre de piedra: piedra por su poder, y piedra preciosa por su gloria. El salmista reúne esos dos aspectos cuando dice: «El Señor de los ejércitos, es piedra preciosa, porque es Rey de gloria.» No hay nada más fuerte que esta piedra, ni nada más precioso que esta gloria.