Oh amor de la Santa Virgen, tu perfección es eminente; Tú no puedes permanecer en un cuerpo mortal; tu fuego se alza en llamas demasiado vivas para ser sepultado bajo cenizas. Ve a brillar en la eternidad; ve a arder frente al rostro de Dios; ve a apagarte en su seno inmensurable, que sólo Él puede abrazarte. Entonces la divina Virgen sin dificultad y sin ninguna violencia entregó su alma bienaventurada entre las manos de su Hijo. Su amor no le exigiría ningún gesto extraordinario. Como el fruto maduro que ante el más ligero sacudimiento se desprende del árbol, así fue cortada esta alma bendita para ser transportada al cielo. La Santa Virgen murió bajo el impulso del amor divino y su alma subió a los cielos en medio de una nube de deseos sagrados.