En el corazón de Julián había crecido a la vez el amor a la Eucaristía y a la Santa Virgen. Prosternado en la Iglesia, frente a su altar, muy joven se había consagrado a Ella. Era devoto del santo rosario, pero un deseo lo asediaba: ir en peregrinación a Laus, a la capilla de Nuestra Señora del Buen Encuentro, venerada en toda la región desde el 29 de septiembre de 1664, cuando la Santa Virgen se le apareció a Benita Rencurel. Seis leguas lo separaban de Laus. Pedro Julián que tenía apenas diez años debió rogar mucho. Finalmente, el permiso de partir con un grupo de peregrinos y de quedarse una semana le fue otorgado. Una declaración suya nos habla de las gracias con que fue colmado: "Es ahí, donde por primera vez conocí y amé a María". Una atracción secreta e imperiosa lo llevaría varias veces a Laus. El vicario le reprochaba sin ninguna amabilidad: « ¡Tú quieres ser sacerdote sin saber si tienes vocación!» Inquieto, Pedro-Julián resolvió ir a Laus para pedirle a Nuestra Señora su luz y consejo. Entonces, hace una confesión general con el Padre Touche, quien lo anima al sacerdocio. Desde entonces, proclama, y con qué entusiasmo: "Si yo soy sacerdote, se lo debo a la Santa Virgen, sin ella no habría podido vencer los obstáculos que se oponían a mi propósito."Y más tarde agregará: "La Virgen me obtuvo la contrición. Desde aquí veo el pilar junto al que tanto lloré, y cuando voy a Laus siempre me apoyo en él."