María, templo de la Trinidad, María, hogar del fuego divino, María, Madre de la misericordia, tú llevaste el fruto de vida, tú salvaste el género humano, porque fue en tu carne que Cristo nos redimió. Sí, Cristo nos redimió por su Pasión, y tú por los dolores humanos de tu alma y tu cuerpo. Oh, María, océano tranquilo, María fuente de paz. María vaso de humildad, donde brilla la luz de la verdadera ciencia que te ha elevado por encima de ti misma. Tú agradaste al Padre Celestial, y Él te complació, te cautivó en los lazos del amor inefable, y por esa luz, el ardor de tu caridad, la llama de tu humildad, lo convenció, y forzaste su divinidad a descender a ti. Y en Su bondad infinita por los hombres fue además vuestro cómplice. (...) Oh María, el Señor todo poderoso golpeó a tu puerta, y si tú no le hubieses abierto tu voluntad, Él no hubiese podido tomar forma humana. (...) Oh, María, bendita entre todas las mujeres, a través de todos los siglos, ya que nos has dado hoy su sustancia. La Divinidad se ha unido de tal manera e incorporado a tu humanidad, que hoy nada puede separarla, ni siquiera la muerte y nuestra Ingratitud. Ya que así como la Divinidad permaneció unida en el sepulcro, y al alma de Jesucristo en el limbo, luego a su alma y a su cuerpo después de la Resurrección, nuestra alianza con ella nunca se ha roto y no lo será jamás en la eternidad.