María está profundamente impregnada del espíritu de los "pobres de Yahvé", que en la oración de los Salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en Él toda su confianza (cf. Sal. 25; 31; 35; 55). En cambio ella proclama la venida del misterio de la salvación, la venida del "Mesías de los pobres" (cf. Is. 11, 4; 61, 1). La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.