Un día durante la Santa Misa, antes de la Santa Comunión, tuvo lugar la renovación de los votos (46). Al levantarnos de los reclinatorios empezamos a repetir la formula de los votos y de repente, el Señor Jesús se puso a mi lado, vestido con una túnica blanca, ceñido con un cinturón de oro y me dijo: Te concedo el amor eterno para que tu pureza sea intacta y para confirmar que nunca experimentaras tentaciones impuras. Jesús se quito el cinturón de oro y ciñó con él mis caderas. Desde entonces no experimento ninguna turbación contraria a la virtud, ni en el corazón ni en la mente. Después comprendí que era una de las gracias más grandes que la Santísima Virgen Maria obtuvo para mi, ya que durante muchos anos le había suplicado recibirla. A partir de aquel momento tengo mayor devoción a la Madre de Dios. Es ella quien me ha enseñado a amar a Dios y me ha mostrado cómo cumplir en todo con su Santa Voluntad. «María, Tú eres la alegría porque por medio de Ti, Dios descendió a la tierra y a mi corazón.»