Nuestro abuelo era obrero en una mina de pizarra. Cada mañana rezaba el rosario mientras iba andando a su trabajo. En esa época aún no había autobús y le tomaba media hora llegar y otro tanto para el regreso. El empleaba su tiempo en rezar. Una mañana, después de un recorrido bastante largo, se dio cuenta que había olvidado su rosario. ¿Qué hacer? ¿Continuar el camino o devolverse a buscarlo? Tomó rápidamente su decisión. Volvió a casa corriendo y luego regresó de prisa. En vano se apresuró pues llegó al lugar con diez minutos de retraso. Ahí, sus compañeros de trabajo le esperaban, pues, como responsable, él tenía las llaves del plantel. Justo antes de bajar, escuchan el estrépito de un trueno. Los hombres se miran aterrorizados. ¡Algo ha debido derrumbarse! La montaña debe haberse desplomado. Gracias a Dios ningún obrero se encontraba en la mina. Después del primer control, se constata que enormes bloques de roca se han desprendido en el interior y han obstruido diversas galerías. Si ese día mi abuelo no se hubiera retrasado, no hubieran sobrevivido muchos obreros a esa desgracia. ¡Tampoco él! En esa ocasión, todos reconocieron la protección de Dios y la Santísima Virgen. Al regresar, mi abuelo me contó la noticia, yo temblaba toda. Desde ese día el rosario es honrado en nuestra familia. No olvidamos que el nos ha preservado de muchas desgracias.