El11 de septiembre de 1886, hacia las nueve de la mañana, en una aldea de Isère, en la diócesis de Grenoble, el agricultor Francisco Hustache, entra del campo después de la recolecta. Al llegar a su casa vio a una mujer y ya cerca de ella notó que no parecía una mujer ordinaria. Sentí miedo pero ella me habló y me dijo: - Acércate, no he venido para asustarte. Entonces, me acerqué y le dije que quería tomar agua, ella me preguntó si no había nadie en la aldea y qué dónde estaba el agua. -No, no hay nadie y el agua esta lejos, le respondí. -Repósate un momento, irás a beber luego. Veo que llevas un bastón, tienes mal una pierna? -Si señora, hace dos años que no estoy bien y no me voy a curar. - Yo he oído decir que en La Salette se producen milagros, ¿no has ido ahí nunca? - No señora, en eso de La Salette yo no creo. - Hay que tener fe, pues sin la fe no podemos ser salvados. Yo he oído decir que tu padre tiene una gran fe en La Salette, seguro que ha ido con otros feligreses. - Yo no creo que la Santa Virgen haya aparecido en La Salette. -Por donde voy, veo muchas cosas, Dios se verá obligado a castigar a su pueblo sin tardar. Ustedes, los de las montañas, deben tener un poco de fe. - Dios hará de nosotros lo que mejor le parezca, pues no nos ha creado para perdernos. - Ay, amigo, si nosotros no hacemos nada por salvarnos, Dios solo no nos salvará. Nosotros debemos rezar, pues en este momento necesitamos orar mucho. Las personas piadosas y los buenos cristianos deben duplicar su fervor, pues la juventud ha abandonado la oración, en las escuelas no se instruye a los niños en la religión. Yo creo que Dios castigará a los padres y madres de familia que son responsables de este mal…»