Todos se arrodillan y en llantos rezan el Ave María. Cuando terminan el rosario, el misionero toma la palabra: “¡No tengáis miedo!” Nuestra Santa Madre nos ha concedido lo que le hemos pedido. Ya estamos fuera de peligro ¿Fuera de peligro?, grita la tripulación. ¿No véis que estamos a punto de ser atacados? - Tened confianza!" insiste Grignion de Montfort. Al instante, se produce una fuerte tempestad. Los veleros se dan vuelta como la cáscara de una nuez y desaparecen en el horizonte. La tripulación de la chalupa está a salvo y él entona el canto del Magníficat. Cuando los pobres pecadores tuvieron conocimiento del milagro, fueron sólo ojos y oídos ante la prédica del misionero. Todos se confesaron, excepto el gobernador, y se volvieron fervientes cristianos, fieles a la oración del santo rosario.