Por fin, después de una larga carrera, el taxi se detiene frente a una casa donde todas las luces están encendidas. El chofer abre nervioso la puerta, invita al doctor a pasar adelante y le anuncia que su hijo se muere. Entonces, el Dr. Granpas comprende el comportamiento de aquel hombre. Entra a la casa donde una joven madre estaba inclinada sobre la cuna de un niño de algunos meses de vida que sufría de convulsiones. Empleando todos los medios a su disposición el médico trata de sosegar el cuerpo del pequeño y espera su reacción. Finalmente, el padre habla en medio de llantos y le pide disculpas al médico. Ya había llamado a tres médicos, le dice, y ninguno pudo acudir. Al dar con usted sólo una idea albergué en mi corazón: salvar a mi hijo. Sí, pero cómo supo que yo era médico? Lo vi escrito en su maletín. Es cierto, dijo el médico, no había caído en cuenta. La madre interrumpe la conversación: Yo no sé si usted es creyente; pero cuando usted entró yo estaba terminando de rezar “el memorare”, con todas las fuerzas de mi alma. El médico sonriente sacó del bolsillo su rosario: “Esta es el arma que traía en la mano durante la carrera desenfrenada que según yo terminaría por un asalto”. “¡Es usted el mensajero de la Madre de Dios!, dijo la madre, profundamente emocionada.