Tú, toda castidad, toda bondad, toda misericordiosa, Soberana, consolación de los cristianos, refugio seguro de los pecadores, consuelo de los afligidos, no nos dejes huérfanos abandonados de tu socorro. ¿Privados de tu amparo, dónde nos albergaríamos? ¿Qué sería de nosotros, sin ti, Santa Madre de Dios? Tú eres el aliento y la vida de los cristianos. Igual que la respiración que es prueba de que nuestro cuerpo posee todavía energía de vida, así vuestro santo nombre pronunciado sin cesar en labios de tus siervos, a través de todos los tiempos y en todo lugar, es más que prueba de que vivimos, él es razón de vida, de alegría, de socorro para nosotros.