Todo lo que ocurrió el día de la Ascensión, María lo guardó en su corazón. Instruida por el ejemplo de su Hijo, ella comprendió la voluntad del Padre para con ella. “Que se haga tu voluntad”: el fiat de la Anunciación y el fiat de la Cruz llevaron a María al fiat de la Ascensión. Jesús desapareció ante sus ojos y es un misterio de separación que debe vivir, un desprendimiento más puro y más perfecto aún que todos los vividos hasta entonces. María no duda un instante. Se da prisa en reunir de nuevo a los apóstoles. Ella ve más allá de las apariencias. Ella cree, espera y ama. Ella va a decirle a los apóstoles cómo hacer para vivir la presencia de Jesús, después de su Ascensión, a través de la separación aparente. En el silencio, en el recogimiento, María va a conseguir hacerlos entrar en contemplación y enseñarles a poner en práctica todo lo que aprendieron y vivieron con El.