Otro día, después de la toma de un rico botín, el capitán encarga a Juan guardar el tesoro y sobre todo un cofre lleno de joyas. Al día siguiente se da cuenta que la caja de las joyas falta, Juan interroga a los centinelas. Nadie sabe nada. El capitán era la única persona que había entrado en la tienda de campaña. El capitán condena a Juan a la pena de muerte por la horca, conforme al código militar. Juan, con las manos y los pies liados, pasa la noche sin dormir. Su amigo Alfonso Ferrus se desliza bajo la tienda para soltarlo. Juan rehúsa. Abandonado a sí mismo, tiene un sueño extraordinario. Vuelve a ver a la pastora francesa que se transforma en la Reina del Cielo que le dice: “Ten confianza en mí, yo te salvaré.” Juan se despierta, reza el Ave María con fervor y se siente reconfortado. Marcha al suplicio con paso firme. Le promete a la Santa Virgen renunciar a las armas, si Ella lo salva de la horca. Ni un instante duda de la ayuda de María. Se declara inocente y agrega: “Yo confío todavía en la ayuda de la Santa Virgen.” Los tambores redoblan por segunda vez…. Juan ya tiene la cuerda al cuello cuando un jinete llega corriendo desbocado, es el coronel Ribera. El revoca la orden de ejecución, quiere ser juez en este asunto. Mientras tanto, Alfonso Ferrus aparece de pronto con el cofre de las joyas, descubiertas en la tienda del capitán. Este último será condenado y ejecutado. María fue fiel a su promesa. Juan también mantiene su palabra. Renuncia a las armas y va en busca de la voluntad de Dios. Llegará a ser el gran San Juan de Dios.