Fue entonces a Nazaret que el ángel Gabriel fue enviado por Dios, pero a quién fue enviado? «A una virgen que estaba comprometida a un joven llamado José.» ¿Quién es esta virgen venerable que merece ser saludada por un ángel? ¿Y tan humilde que tiene por esposo un carpintero? Qué hermosa alianza esta de la humildad con la virginidad. El alma, donde la humildad hace valer la virginidad y a la cual la virginidad da un nuevo brillo sobre la humildad, seguramente es grata a Dios. ¿Pero de qué respeto no parecerá digna aquella en quien la fecundidad exalta la humildad y la maternidad consagra la virginidad? Se entiende que una virgen es una virgen humilde. Si no queréis imitar la virginidad de esta virgen humilde, imitad al menos su humildad. Su virginidad es digna de todas las alabanzas, pero la humildad es más necesaria que la virginidad, si una es aconsejada, la otra es prescrita, y si se os invita a guardar la una, es un deber practicar la otra. Hablando de la virginidad, se dice: « Que quienes pueden esperar, pueden llegar (Mateo XVIII, 12)» Respecto a la humildad se habla en estos términos: « Si no sois como niños no entraréis en el reino de los cielos (Mateo XIX, 3). » Así una es objeto de recompensa y la otra de un precepto. Uno puede salvarse sin la virginidad, no, sin la humildad.