María, Virgen Inmaculada, Madre mía Santísima, yo que soy el más miserable de todos los pecadores, recurro a Vos que sois la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la abogada, la Esperanza y el Refugio de los pecadores. Yo os venero, o gran Reina, yo os agradezco por todas las gracias que me habéis obtenido, especialmente por haberme preservado del infierno tantas veces merecido… Adorable Dispensadora de las gracias divinas, Esposa Inmaculada del Espíritu Santo eterno, María Santísima, Vos que de Él recibisteis un corazón que se apiada de los desdichados humanos y no puede evitar consolar a quienes sufren, aceptad mi alma y acordadme la gracia que yo espero con plena confianza de vuestra inmensa bondad. Amén