Con el dinero ganado, Gianni y Franco van pensando en comprar tres o cuatro velas y no se percatan de la presencia de un mendigo que les tiende la mano para pedirles una limosna. Franco, sin embargo, no logra olvidar al pobre hombre, y decide hablarle a su hermano: “¿No sería mejor darle las cien liras a ese mendigo? No crees que la Madona se sentiría más contenta? Tal vez está sin trabajo y su familia no tiene de qué comer.” Gianni hubiese preferido ponerle las velas en la ventana a la Madona, pero Franco insistió tanto que al final aceptó. Volvieron sobre sus pasos, en búsqueda del mendigo, y le entregaron las cien liras. En seguida emprendieron el regreso a casa. Pero al llegar, contienen la respiración, Franco se frota los ojos llenos de lágrimas, Gianni igual. ¡Increíble! Unas velas grandísimas adornan las ventanas de la casa. No consiguen entender nada. ¿Qué ha podido ocurrir? Poco antes del mediodía, el padre hacía una diligencia en la ciudad y al pasar descubre a sus hijos cargando carbón. Al instante adivinó la razón. Sintió vergüenza por su comportamiento. Al mediodía, le pidió un adelanto de su salario a su jefe y se fue a comprar unas veinte velas. Después de prometerle a su mujer que jamás volvería a beber y tras contarle la ejemplar conducta de sus dos hijos, la madre se puso a limpiar y a adornar la casa para la fiesta del día siguiente. A partir de entonces, se verá con frecuencia a Gianni y a Franco en la capillita durante la misa matinal.