Los padres de Gianni y de Franco vivían en uno de los barrios más pobres del puerto de Génova, donde el padre trabaja como mozo de cordel o cargador. Desgraciadamente, este hombre frecuentaba mucho los bares, dejando en ellos su salario semanal. La madre enferma, trabajaba como lavandera para cubrir las necesidades de la familia. Los dos chicos vagabundeaban por las calles de la ciudad, sin dejar por eso de ser dos niños buenos. Ellos también estaban alegres pensando en la procesión de la “Madona de la Guarda” que tanto amaban y en honor de la cual querían, como todo el mundo, encender algunas velas en su ventana. ¿Pero de dónde sacarían el dinero para comprarlas? El padre no lleva un centavo a casa y con lo poco que gana la madre apenas alcanza a comer la familia. Gianni tuvo una idea. “Vamos a buscar un trabajo, le propone a Franco. Queda un día para la procesión. Podemos ganar algunas liras para comprar las velas” Al día siguiente, ante la sorpresa de la madre, los dos chicos se levantan muy de mañana, a las siete desaparecen rápidamente. “Qué diabluras irán a hacer, ahora?, piensa la madre. Sorprendido está también el comerciante de carbón, a quien le llegan a pedir trabajo. Más aún cuando durante todo el día los ve trabajar con el ardor digno del mejor obrero. Con gusto los hubiera guardado por largo tiempo, pero al final de la tarde vinieron a pedirle su paga. Les da cien liras. Orgullosos, regresan a casa con su primer salario. Cien liras es casi nada pero la alegría de habérselas ganado ellos mismos se les ve en el rostro.