Éramos cuatro alrededor del niño moribundo. El médico contaba los latidos del pulso cada vez menos imperceptibles. De pronto, tuvimos la impresión de que una presencia vivificante, nada exterior, sino la certeza de una intervención sobrenatural que nos asistía. Yo llamé a mi marido, cuando ya todo parecía tocar fin. Si crees en algo reza un Ave María, le dije. Él juntó las manos sin decir nada. De pronto, la pequeña recuperó la conciencia, las extremidades rígidas se distendieron, abrió los ojos, ahora llenos de vida y el médico gritó “¡Es un milagro. Un milagro!” Apenas le comenzaron las convulsiones yo había ido a buscar donde la vecina una estatuilla de la Virgen milagrosa que le puse debajo del cuello a la pequeña. La crisis le pasaba. La niña arrancada a la muerte estaba en vías de curación y desde ese día una estatua de Nuestra Señora se encuentra en la sala de estar. Yo me retiré de la secta que frecuentaba y poco a poco encontré el camino de la Iglesia católica y de la fe verdadera en la cual eduqué a mis hijos y conocí los beneficios del rosario, sobre todo después de que comprendí sus misterios. Yo quisiera deciros a gritos el poder de la Madre de Dios y ante todo el Ave Maria para su Corazón maternal que ha conocido tanto dolor. Es lo más poderoso que hay para socorrer nuestras desgracias.