Sólo Dios me complacía. Yo deseaba sin cesar vivir hasta el día del nacimiento del Mesías para ser la sierva de la Madre de Dios, aun cuando me estimase indigna. En mi interior hice votos de virginidad, si Dios lo veía agradable, pero si deseaba que fuese de otra manera, yo aceptaría su voluntad, pues creía que él no podía querer ni desear nada que no me fuese útil, por eso le sometí mi voluntad. El momento de presentar en el Templo a las vírgenes según la ley se aproximaba. Yo fui presentada con las otras, según la obediencia debida a mis padres, pensando para mí misma que nada le era imposible a Dios y como él sabía que yo no deseaba ni le pedía nada, él podía conservarme en la virginidad, si eso le complacía, y si no que su voluntad fuera hecha.