Aquellos a quienes Dios le acuerda una aparición puede que no sepan hablar. Sus confesores deben estar atentos y esperar hasta que con el tiempo esas apariciones den sus frutos, observar poco a poco lo que el alma gana en humildad y en fuerza en la virtud, ya que si se trata del demonio él se mostrará pronto bajo signos evidentes, se le sorprenderá en miles de mentiras. Si el confesor tiene experiencia, si ya pasó por ahí, pronto conseguirá comprender el relato hecho, sabrá inmediatamente si se trata de Dios, de la imaginación o del demonio; si es docto y tiene el don del conocimiento de los espíritus, verá todo rápidamente.