Una lección de silencio, primero. Que renazca en nosotros, acechados por tantos clamores de fracaso, de gritos de nuestra vida moderna, bulliciosa y desensibilizada, el amor al silencio, esta admirable e indispensable condición del espíritu. Oh, silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la disposición a escuchar las buenas inspiraciones y las palabras de los verdaderos maestros, enséñanos la necesidad y el valor del estudio, de la meditación, de la vida personal e interior, de la oración que sólo Dios ve en el silencio. Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de amor, su belleza austera y simple, su carácter sagrado e inviolable. Aprendamos de Nazaret cómo la formación que recibimos en ella es dulce e insustituible y aprendamos cuál es su papel primordial en el plano social. Una lección de trabajo. Nazaret, casa del hijo del carpintero, es aquí donde quisiéramos comprender y celebrar la ley severa y redentora de la labor humana; aquí, restablecer la consciencia de la nobleza del trabajo; aquí, recordar que el trabajo no puede tener un fin en sí mismo sino que su libertad y su nobleza le vienen; además de su valor económico, de los valores a cuyos fines nobles sirve. Y para terminar quisiéramos saludar aquí a todos los trabajadores del mundo y mostrarles su gran modelo, su hermano divino, el profeta de todas las causas justas, Cristo nuestro Señor;