Una vez que hemos sido impregnados de la idea que María llevó en su vientre, amamantó, tuvo en sus manos al Eterno, bajo la forma de un pequeño niño, ¿qué limites podemos ponerle al oleaje, al torrente de pensamientos que arrastra con ella una doctrina parecida? Anunciando que Dios se había encarnado, los Apóstoles hacían surgir una idea nueva, una simpatía nueva, una nueva fe, un culto nuevo, a partir de entonces, el hombre pudo concebir un amor más profundo y una devoción más tierna por Ese, cuya grandeza parecía desesperante ante esta revelación. Pero cuando, además, la humanidad hubo bien comprendido que ese Dios encarnado tenía una madre, vio surgir de ahí una segunda fuente de pensamientos, hasta entonces desconocida y sin parecido. La idea de la Madre de Dios es profundamente distinta de la del Dios encarnado. Jesucristo es Dios que desciende a la condición de hombre, Maria es una mujer elevada por encima de todas…