En el siglo XI y XII, según la leyenda, un icono que venía sobre las olas, se detuvo frente a las orillas del Athos, cerca del monasterio de Iviron. Era un icono de la Madre de Dios con el Niño en brazos, un Niño majestuoso. Los monjes lo llevaron al "catolicón", la iglesia que se encuentra en el centro de los edificios monásticos. Pero el icono, al día siguiente había desaparecido. Se le encontró en el umbral del pórtico. Y ahí se le construyó un pequeño santuario; al cual se le dará el nombre de « Portatisa »: el que guarda el umbral. Pasaron los siglos… Hacia 1980, en una ermita, la de la Natividad, se abre un taller de iconos. El primero a pintarse será una libre reproducción de la « Portatisa ». En la misma fecha, un chileno llamado José Muños, convertido en ortodoxo, profesor de Historia del Arte en Montreal, se dirige al Monte Athos a fin de entrar en contacto con un monasterio de iconógrafos. Una vez ahí, descubre la ermita de la Natividad y le permiten visitar el taller. Se queda paralizado, sobrecogido frente a la imagen de la « Portatisa ». Sucede que uno encuentra un icono como encuentra a una persona que ama o que va a amar: es una revelación, una visión. La castidad monástica predispone al "flechazo" espiritual.