Más de un siglo después de la derrota de Lepanto (1571), en 1683, los turcos intentaron entrar a Europa occidental por tierra. El Gran Visir era poderoso, tenía 150 000 o 300 000 hombres, y se prometió a sí mismo tomar Belgrado (Serbia), Buda (ahora en Hungría), Viena (Austria), para llegar luego a Italia y bajar a Roma, “hasta el altar de san Pedro”.
En agosto de 1683, un capuchino italiano y gran místico, Marco d'Aviano, beatificado por Juan Pablo II, fue nombrado gran capellán de todos los ejércitos de Europa. Este fue capaz de reanimar a Viena y logró convencer al rey de Polonia, Juan Sobieski, para que acudiera al rescate de la capital, aunque solo dispusiera de 40 000 hombres.
La capital, bajo asedio desde el 14 de julio, se rindió en cuestión de horas. El equilibrio de poder no estaba a favor de las tropas europeas. Sin embargo, Viena confió en la intercesión de la Virgen y su imagen estaba en todos los estandartes.
El 11 de septiembre de 1683, en el Kahlenberg con vista a la ciudad, el padre Marco celebró la Misa, acolitada por el rey de Polonia, frente al ejército, y predijo una victoria sin precedentes.
Las tropas lideradas por Juan Sobieski III y el duque Carlos de Lorena atacaron a los otomanos en la madrugada del 11 de septiembre. Las mujeres y los niños rezaban en las iglesias, implorando la ayuda de la Virgen María. El mismo 11 de septiembre, en la noche, la bandera del gran visir había caído en manos de Sobieski. El peligro de la marcha sobre Roma había sido evitado.
11 de septiembre 2015 (ZENIT.org)